jueves, 21 de septiembre de 2017

sé que te encontraré.
Tal vez estás más cerca de lo que imagino...

miércoles, 18 de enero de 2017

Pero no te lo diré...

"Ella actúa como si no le importase,
como si no doliera imaginar que su mirada
tiene ya otros ojos en los que descansar.
Sus manos llenas de incertidumbre,
son como retazos de intolerancia
que no soportan que él acaricie a otra..."



jueves, 5 de mayo de 2016

El Cambio

Lo único cierto es que todo cambia. Es la constante más real que permanece junto a nosotros. La única certeza en la que poder apoyarnos en nuestra existencia.
Aquello que nos ayuda a crecer sin traicionarnos a nosotros mismos.

Habitualmente tenemos un deseo de "control" en nuestras vidas. Una necesidad de certezas en nuestra realidad que eliminen la variable sorpresa, por si esa sorpresa resulta ser desagradable.
Certezas que hagan del día a día un entorno predecible y seguro. Porque es más "cómodo". Porque aquí y así, "estamos bien".
Certezas que una vez más nos permitan proyectar nuestra mente en el tiempo y ver un horizonte claro y definido.
Una ilusión que nos separe del momento presente.

Pero curiosamente esa ilusión un martes cualquiera se rompe. El desconcierto se apodera de nuestras vidas y nos toca ponernos manos a la obra para aceptar la única verdad. La única constante...

Nos toca vivir.



"Ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos.
Porque ayer no lo hicimos.
Porque mañana es tarde...
Ahora"

viernes, 18 de marzo de 2016

Âkil y las preguntas

Existe el fantasma de un niño. Yo lo he visto.
Se oculta entre las sombras para no asustar a la gente.
Y desde allí observa lo que pasa.
Algunas noches, cuando cae la oscuridad, me cuenta historias.
Historias sobre el mundo que mira desde su escondite.
A veces me gustaría ser como él para no tener que enfrentarme a ellas.

Se llama Âkil y hace muchas preguntas.
Vive muy lejos, en un país donde el mar es oscuro y frío.

Me cuenta que allí hay un colegio donde estudian solo los niños soñadores. Como él.

Su amigo Abdul sueña con su padre, lo recuerda como un héroe antes de morir.
Ahmed sueña que su colegio es un lugar seguro por una vez.
El pequeño Hassan soñó que dejaba de tener miedo... pero luego lo olvidó.


Bartolomé perdió la confianza, pero no dejó de soñar.
David mientras sueña, grita. Grita hasta quedarse afónico.
Elías sueña con otros niños como él, tristes. Juegan al fútbol en la playa, y crecen con valentía en un segundo.
Emanuel sueña que recupera el brillo en sus ojos y despierta llorando.
Ismael sueña que deja de mirar como un adulto de 9 años.
Idrís sueña que la metralla desaparece de sus manos como por arte de magia.
Khalil... Khalil sueña que el mar deja de tener barreras y puede ir nadando hasta la Luna que le espera en el horizonte.


Âkil un día fue como ellos, pero no le permitieron seguir soñando.
Por eso no deja de hacer preguntas.


Preguntas que son una respuesta en sí mismas.
Preguntas que, cuando se hacen, dejan de tener sentido. Porque no hace falta.
Palabras que, al ser pronunciadas, parece que pudiesen tener vida propia y cambiar si es él quien te las dice.


¿Por qué sigue empeñándose en preguntarlo todo?
Quizá porque nadie le ha dicho nunca que hay cosas que es mejor no preguntar, porque corres el riesgo de obtener una respuesta que no quieres escuchar.
Tal vez su padre no le enseñó que alguna vez sería esclavo de sus propias palabras al salir de sus labios.
Tal vez...
Nunca llegó a saberlo.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Cementerio de San Isidro

Dicen que cuando dejan de soñar contigo despareces.



Porque no eres más que una figura que habita en la imaginación de quien te crea.

No sé si habremos desaparecido ya de aquella calle medio desierta donde nos encontramos,
en la puerta de un cementerio...
No sé si quedará alguna huella de ti y de mí que aún no se halla borrado,
del olor de nuestros cuerpos o del eco de tu risa en la parte de atrás del coche,
mientras me decías tonterías que solo tú y yo podíamos entender...

Esas tonterías que dan vértigo,
que hacen que un hueco vacío se instale en tu estómago antes de irte
porque no sabes si desparecerás...

jueves, 15 de octubre de 2015

La niña roja





Erase una vez una casa blanca, muy blanca, tan blanca como la nieve brillante bajo el sol de invierno.
Allí vivía una niña roja, muy roja, tan roja como las piruletas de corazón, como la sangre, como el carmín purpúreo, como los labios de su madre.
Cada mañana al salir de la cama, la niña dejaba manchas por toda la casa. Y ni que decir tiene lo que ocurría cuando salía de casa… Estropeaba todo lo que tocaba, teñía las cosas a su paso y siempre se sentía diferente.
Pero al volver, la casa blanca, tan blanca como la nieve, había conseguido borrar las huellas que la niña había dejado durante el día.
De este modo la niña roja se levantaba cada amanecer en un mundo nuevo, un mundo por estrenar.
Sin embargo, solo conseguía ensuciarlo una y otra vez en cuanto se movía, caminaba o abría una puerta…
Era muy aburrido tener que estar siempre pendiente de lo que una hace para no estropear tanta pureza.
Así que un día la niña roja decidió que era mejor no moverse de la cama por las mañanas. De este modo, al menos, no tendría que preocuparse más…
Y desapareció.




A  V.

sábado, 18 de enero de 2014

A papá...


¿Recuerdas aquel olor a migas recién hechas por la mañana al despertar? Yo sí. Lo recuerdo muy bien, el despertar en casa contigo… Con olor a migas y café, con la música del Requiem de Mozart o del Boss un domingo por la mañana, a un volumen tan fuerte que nos despertaba. A veces nos enfadábamos, pero en el fondo era un bonito despertar. Siempre la música...

¿Te acuerdas? Supongo que sí. Tan sólo tenemos que cerrar los ojos y rescatar aquel recuerdo. ¿Verdad que es precioso?


El caso es que hoy he vuelto a soñar contigo. Caminábamos por la fuente del crespo, yo de vez en cuando me paraba a coger algo del suelo para examinarlo con atención, como hacen los científicos. Habíamos dejado el coche junto a aquella casa vieja, y ahora preparabas tomates con sal para merendar, mientras casi anochecía en la montaña. ¿Verdad que pasábamos buenos veranos? Sí… éramos felices, pero no de cualquier manera, era esa felicidad infantil que ahora cuesta describir. Supongo que estoy segura, porque cuando pienso en aquellos momentos, siempre suelo sonreír.

Recuerdo un tiempo en el que desapareciste durante unos años, en los que unos bloques de hormigón nos separaban de ti. Entonces sólo teníamos un atisbo de tu aroma o de tus besos una vez al mes, cuando menos. Y la gente nos decía: qué suerte tenéis por tener un padre tan fuerte y tan valiente. Y sentíamos que era así… Por suerte poco después volviste a casa y te recibimos con la mejor de nuestras sonrisas, miles de regalos y mucha, mucha ilusión.

A veces la gente dice que eres serio. Muy inteligente. Y que tienes un sentido del humor muy gracioso. Que eres muy especial. Yo siempre sonrío y me digo: “si supieran…”

¿He hablado ya de tus ojos? Ojos color miel, color avellana, un poco como los colores del otoño. Pero no es tanto el color como las expresiones de tus ojos, es decir, esas palabras visuales que aunque a veces no dices, yo sé. Podría hacer un álbum con estas cosas, siempre hablándote de lo que ha pasado. Veremos a ver qué sale…

Me entretengo mirando lo bien que ha quedado. Agradeciendo tu generosidad, tu saber hacer, tu reinventarte a cada momento, tu no dejar de aprender, tu responsabilidad a veces exagerada pero necesaria a la vez...

Me acuerdo y sonrío. Ahora me doy cuenta de todo lo que ha pasado. De lo que queda por pasar, porque ahora viene lo mejor. Ahora, te has ganado disfrutar de la vida. No te queda otra. VIVIR…

Gracias, papá.